sábado, noviembre 01, 2014

Reseña: Annabelle (2014)

Si hay una tradición infalible cada año es aquella en la que el terror mainstream saca adelante una película de terror comercial estrenada cerca de Halloween que se convierte en fenómeno por uno u otro motivo. Como este año no hemos tenido la tradicional entrega en octubre de Paranormal Activity,  estaba claro desde hace meses que el "lugar de honor" le tocaría a Annabelle (2014), un spin-off de la excelente The Conjuring (2013) que sacaron a toda prisa y que fue anunciada, rodada y finiquitada en muy pocos meses, una película que muy previsiblemente ha terminado por convertirse en un éxito sobre todo fuera de los Estados Unidos, donde por lo visto ha arrasado a pesar de las mayoritarias críticas negativas.

Tal como cualquiera puede darse cuenta, Annabelle no es más que el desarrollo de la historia de aquella horrible muñeca que aparecía en The Conjuring y cuyo argumento no se llegaba a contar. La dependencia de esta entrega con la cinta de James Wan (ausente esta vez como director) es total, hasta el punto de que esta nueva cinta comienza y termina literalmente con las escenas con las que comenzaba y terminaba su antecesora. El nivel de complicidad con el público cautivo de la película es tal que ya desde el principio se nos muestra a la muñeca (a la que nunca, por cierto, se le llama por su nombre) desde perspectivas que realzan su carácter macabro, cosa que hasta cierto punto carece de sentido porque se supone que al principio no es más que un juguete común y corriente que no tiene nada de sobrenatural; es sólo después de que la pareja protagonista sufre un ataque en su propia casa por parte de dos psicópatas de un culto satánico que la película comienza a cobrar su componente de terror. 

Dicha escena es, con toda seguridad, uno de los mayores aciertos de la película gracias a que manipula al público con uno de los mayores ingredientes de miedo que desde siempre ha habido y es la amenaza a una mujer visiblemente embarazada que no se escapa de la violencia. Es también el momento en que se da inicio a la que es sin duda la mayor influencia que la cinta tiene y que ya ha sido por todos señalada: La semilla del diablo (1968). Ojo: no es que estemos ante el mismo argumento, pero ambas sí que comparten los mismos temas y elementos clave: una protagonista embarazada y sumisa ama de casa, la ambientación de finales de los sesenta, el satanismo urbano, la presencia de un edificio de apartamentos enorme donde se desarrolla conflicto, el marido ausente y hasta un par de inequívocas referencias al surgimiento de Charles Manson y el temor a los cultos producto del alza de la cultura hippie. También hay muchas referencias al trabajo del propio James Wan, no sólo en cuanto a The Conjuring sino también a Insidious (2010), con la que comparte un imaginario explícito y la tendencia a tratar el modo visual del horror a través de planos sostenidos y algún que otro truco visual que recordará mucho a esa película.

Con todas estas referencias Annabelle lo tenía todo para ser más que simplemente una película de terror eficiente, pero por desgracia es ahí hasta donde llega. Con toda seguridad las prisas por sacarla han dado como resultado una película que se siente incompleta, incapaz de producir nada realmente interesante a pesar de que algunos de sus elementos por separado tienen buenas ideas. El resto peca en muchas ocasiones de una dejadez que sólo se puede atribuir a la pereza; gran parte del componente de horror, como mencionábamos arriba, depende de que el público ya encuentre de por sí tenebrosa a la muñeca en cuestión, y su excesiva dependencia con The Conjuring le juega una mala pasada porque nunca consigue alcanzar un grado de ferocidad como el de la película de Wan. Con todo y eso, no es tan terrible como se comenta, al menos no más que el resto de estos estrenos genéricos que tenemos cada año. Se trata simplemente de una película de terror comercial del montón con un par de sustos interesantes y nada más. Lo que quiero decir con todo esto es que francamente no entiendo el rechazo tan visceral que ha tenido y que hacer cola en un festival sólo para ir a pitarla es una pérdida de tiempo que no comprendo y que, francamente, me da mucha pena.

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